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| Ph: M. Inés Arrillaga |
Por fin llegó el momento en el que vamos a hablar un poco de arte. Seguramente no sea la persona más idónea para hablar del tema, pero por eso me voy a tomar como vehículo, como un canal para comunicar arte, como una observadora más.
La Biennale de arte de Venecia, fue una aventura surreal por donde la mire. Me dejó tantas cosas que todavía me tienen aturdida y no he llegado realmente a procesar. Pero por algún motivo, la vida me mandó a ese viaje y he aquí mi experiencia.
A la Biennale fui invitada por Uruguay (país donde nací y vivo), más específicamente por el que sería mi tío político, Marco Maggi, el único artista que nos representó en esta edición número 56. Sabía un poco de qué se iba a tratar la obra, pero aún así me sorprendí al verla. La primera percepción es ambigua, cuando recién entrás al pabellón te encontrás con un cuarto vacío y justo antes de desilusionarte haces un poco de zoom en las paredes y descubrís el universo de Marco.
Como uruguaya les quiero decir que me sentí muy orgullosa, me sentí poderosa, emocionada. Lo mejor era ver las caras de los japoneses cuando descubrían lo que había en las paredes. Salir y ver de forma permanente una cola para entrar, y pensaba : woow hacen cola para ver a Uruguay?
Ese pabellón (que está excelentemente ubicado solamente porque alguna vez fue el galpón de las herramientas) hizo de marco para que nos plantemos frente a los gigantes que nos escoltaban en Giardini y digamos PRESENTE!
